Siempre desde niño fui aficionado a los deportes, el fútbol de barrio ocupaba gran parte de mi tiempo en las calles de mi población y el partido del día era sagrado para mi y mis amigos, confieso que nunca me destaqué mucho en ello ni en ningún tipo de deportes en especial. Muchos años después estando en la Universidad me tocó participar de algunas actividades deportivas y en un partido de baloncesto entre carreras tuve que participar por falta de jugadores y aquel día necesitábamos un punto para ganar la clasificación siguiente, entonces a segundos del final, en un momento de locura deportiva decidí casi sin pensar lanzar el balón desde más allá de la mitad del campo hacia el aro contrario con tanta suerte que entró casi sin tocar el aro siquiera y ganamos esa noche. Recuerdo que fui felicitado por mis compañeros y el hecho fue muy celebrado después en la cafetería de la universidad, había sido el héroe de la jornada. Días después fui citado por la comisión de deportes de la institución para invitarme a integrar la selección de la Universidad lo cual me tomó de sorpresa puesto que yo no practicaba el basquetbol, solo lo jugaba por diversión y el día del partido debí entrar, pero solo porque no completábamos la cuota normal de jugadores. Tuve que dar las explicaciones del caso y confesar que aquello solo había sido un golpe de suerte que quizás nunca más podría repetir aun sin importar lo mucho que me esforzara porque yo no era un deportista de elite y no tenía el hábito de entrenarme a diario en deporte alguno.
Cuando hablamos de “cristianos evangélicos” debemos entender en ello que el término debe o debería referirse a lo que practican y viven la religión evangélica, a mi por más que el hecho de anotar ese día el punto decisivo me hizo instantáneamente un basquetbolista, necesitaba para ello años de práctica y una dedicación exclusiva. Tampoco el ir a una iglesia o solamente creer nos hace cristianos evangélicos automáticamente, si no hacemos del cristianismo una forma de vida; John Stott en su libro “La nueva humanidad” menciona que aquellos que nos denominamos cristianos evangélicos sostenemos de esa forma ser el pueblo del evangelio, aquel que mantiene en alto el autentico evangelio cristiano. Y asocia indefectiblemente la práctica del evangelio con la pertenencia a la iglesia de Cristo, ahora en la idea de cuerpo como iglesia, poca cabida tienen a su vez los “llaneros solitarios” que por un golpe de suerte logran encestar en un partido definitorio. La iglesia y el mundo mismo necesitan la unidad como cuerpo para que la levadura del cristianismo logre leudar a la sociedad al igual que la parábola, que afecte la forma de mirar y planificar el futuro; por ello más que una denominación de “un nombre” y al igual que un buen vino se hace con el tiempo y la paciencia, lo que necesitamos es “denominación de origen” aquel que va asociado directamente al Señor de la viña, ello le dará sentido real al nombre que necesitamos. Como cristianos evangélicos no debemos perdernos en las denominaciones porque todo ello es lo que ha creado esta suerte de confusión existente, en donde países con una marcada tradición evangélica no sepan el día de hoy definir lo que es para ellos el término, y la culpa no es de estos países, es nuestra por entregar malas y equívocas señales al respecto, olvidando a su vez cual debe ser nuestra principal misión como cuerpo de Cristo. Nunca debemos olvidar de donde salimos, de cual es nuestro origen y nacimiento espiritual, Pablo nos la recuerda “ Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo” (Efesios 2:5-6) por lo cual nuestra consecuencia de vida ha de ser vivir en integridad y estar permanentemente bebiendo de la fuente; conectados con Cristo; alimentándonos de Su palabra y constantes en la oración a fin no errar en nuestro camino, un camino que no es fácil para el hombre común, pero que para el cristiano debe hacerse obligadamente “camino conocido”, ello por lo recurrente que debe ser para nosotros el caminar por el. Y como dice Isaías en el capítulo 35:8 “Y habrá allí calzada y camino, el cual será llamado Camino de Santidad. No pasará por allí ningún impuro, sino que él mismo estará con ellos. El que ande por este camino, por torpe que sea, no se extraviará”. Solo el estar conscientes de nuestro origen y el procurar mantenernos por este camino nos dará consistencia de lo que es ser un verdadero cristiano y hará fácil nuestro caminar.
Por último debemos recordar que en la gloria venidera (Apocalipsis 2:15) Jesucristo mismo nos dice “Al vencedor se le daré a comer del maná escondido. y le entregaré una piedrecita blanca, y en la piedrecita un nombre nuevo escrito que nadie conoce, sino solamente el que la recibe” Por ello la importancia del nombre siempre será relativa, pero nuestro testimonio permanece
8.3.09
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