Antes bien creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A El sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad"

2°PEDRO 3:18

11.2.09

Un adorador quebrantado

En el año que murió el rey Uzías ví yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. (Isaías 6:1-5)
Frecuentemente, cuando nos encontramos con Dios, experimentamos su bondad y reposo. El profeta Isaías se convirtió en un adorador quebrantado. Este era un tipo de encuentro completamente diferente, un momento santo marcado por la inquietud y la introspección. El profeta se encuentra con el Señor Todopoderoso y nunca más vuelve a ser el mismo. Se da cuenta de la grandeza de Dios y, a la luz de esto, de su propia debilidad, cuando dice: "Ay de mí! que soy muerto".
Isaías es quebrantado, sorprendido y sacudido en la presencia de Dios. Pero este quebrantamiento no es algo destructivo; Dios está despojándolo de sí mismo para transformarlo en un adorador más fuerte y más puro, un adorador cuyo clamor sea: "Heme aquí, envíame a mí" (v. 8).
Por supuesto, hay un tiempo en la adoración para regocijarnos, estar contentos y hasta tranquilos. Pero también viene un tiempo en el que Dios nos inquietará de una forma muy clara. Nos pone bajo la luz de su santidad, donde comenzamos a examinar nuestros corazones de una forma mucho más estrecha. Richard Foster lo llama "El escrutinio de amor de Dios". Es el amor de Dios que disciplina –a menudo severo– aunque siempre es un acto de bondad y nunca de crueldad. Él es un Rey santo, que demanda un pueblo santo. Y como es también el Padre perfecto, disciplina a los que ama, simplemente porque los ama.
Recientemente asistí como uno de los líderes de adoración a una conferencia denominada "Adoremos juntos", realizada en los Estados Unidos. Como siempre, traté de preparar mi corazón y pensar en lo que Dios quería que hiciera. Pero mi mejor preparación llegó en la primer sesión de adoración dirigida por uno de los otros líderes. Mientras me encontraba entre la congregación, la presencia de Dios invadió mi corazón de una forma nueva y poderosa. Pero no fue uno de esos momentos tiernos o tranquilos. Todo lo que hizo fue guiarme al arrepentimiento. Surgían de lo profundo de mi corazón las pequeñas actitudes y pensamientos no expresados que habían pasado inadvertidos y que en ese momento podía ver que habían ofendido el corazón de Dios: tenía un poquito de orgullo y me había alimentado demasiado del respaldo de la gente, en vez de buscar la aprobación de mi Padre celestial.
"¿Quién soy yo para estar aquí como un líder de adoración?", me pregunté. "Lo que necesito es estar aquí en medio de la congregación para ponerme a cuentas y agradar a Dios, bien lejos de la plataforma." Era un adorador que había sido quebrantado, había muerto. Fue exactamente como Dios quería que fuera. Cuando me levanté para dirigir la siguiente sesión, Él no quiso que yo pensara que podía lograr algo o que tenía algo especial para dar. Él solo deseaba un corazón quebrantado y sumiso. Como el rey David, el cantor de Israel, que declaró: "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios" (Salmos 51:17).
Surgían de lo profundo de mi corazón aquellas pequeñas actitudes y pensamientos no expresados que habían pasado inadvertidos y que en ese momento podía ver que habían ofendido el corazón de Dios. El libro de Jonás también nos brinda algunas claves acerca de cómo Dios obra en los corazones de los adoradores quebrantados. En un momento determinado Jonás se incluyó entre los adoradores: "Temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra", esto fue lo que dijo en el capítulo 1, versículo 9. Pero sus credenciales fueron severamente probadas cuando le fue dicho que pronunciara unas palabras muy duras a un pueblo terrible.
Todos conocemos la historia: Jonás decide que ese no es su llamado, se escapa y termina en el vientre de un gran pez. Estar dentro de un pez te proporciona tiempo para un profundo examen de conciencia; luego Jonás se convierte en un adorador quebrantado que descubre nuevamente a Dios y anhela estar a cuentas con Él: "Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo" (2:7).
Jonás fue examinado a la luz del amor santo de Dios. Es durísimo estar dentro de un pez por unos días, pero es mucho peor estar en un océano embravecido. Dios sometió a Jonás al fuego purificador, y Jonás salió de allí como un adorador más fuerte y puro: "Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí. La salvación es de Jehová" (2:9). Así como el encuentro de Isaías con Dios le dio el deseo de salir y dar la palabra, también Jonás partió nuevamente, pero esta vez camino a Nínive.
A veces sentimos que hemos perdido el rumbo, y Dios tiene que despertarnos para regresarnos al camino correcto. A menudo nos introduce en un período de quebrantamiento, un tiempo para volvernos a enfocar y verificar que estamos dirigiéndonos por el rumbo correcto. Hace algunos años yo mismo me encontré en uno de estos períodos. Habíamos estado ocupados grabando un nuevo álbum de adoración y estábamos tratando también de hacer un tiempo para realizar algunos viajes ministeriales. Un viernes, después de tocar la guitarra toda la semana, partí hacia Holanda para asistir a un par de eventos de Soul Survivor. Llevando mi guitarra en el avión, noté que mi brazo comenzaba a dolerme. "Es solo un poco de cansancio", pensé. Pero durante el fin de semana, cada vez que tocaba el dolor se tornaba más fuerte. Pero el día que partimos comencé a preocuparme un poco más. Seguí el consejo médico, pero fue en vano; luego todo el brazo comenzó a hincharse y aun el mínimo movimiento era una agonía. "Señor, ¿qué está sucediendo?", pregunté. "Tenemos que finalizar un álbum, no puedo realizarlo por lo que me está sucediendo ahora." Después también mi mano comenzó a helarse.
Una semana después, por algunas torceduras y problemas musculares provistos por Dios, me encontré sentado en el consultorio de un conocido especialista en manos. Me confirmó que tenía una forma muy aguda de tendinitis, y me dijo que si no hubiese advertido esto, mi mano probablemente se hubiese dañado de una forma permanente. Fue un momento terrorífico. Durante las siete semanas siguientes casi no pude hacer nada, y lo más frustrante de todo, no podía tocar mi guitarra. Me senté en casa con montones de preguntas dando vueltas en mi cabeza. ¿Por qué sucedía esto? ¿Se recuperaría totalmente mi brazo? ¿Era el diablo o era Dios el que lo provocaba? Realmente no tenía ninguna respuesta teológica; pero pronto me di cuenta que, cualquiera fuese la respuesta a esas preguntas, Dios estaba obrando en la situación. Él comenzó a hablarme: Como siervo era prescindible, los siervos vienen y van, y Dios puede escoger a cualquiera de nosotros para desempeñar alguna función en su reino. Como líder de adoración era sustituible, Dios podía haber usado a cualquier otro para esos eventos, que por supuesto nos hemos sentido privilegiados por participar en ellos. Pero como un hijo de Dios, era indispensable. No podría haber otro como yo, un hijo es irreemplazable. Estaba comenzando a tener una mejor perspectiva acerca de cómo debía vivir mi vida.
Había pasado tantos años dirigiendo la adoración que había perdido un poco el camino, y Dios estaba dándome una señal de alto para que me detuviera, una oportunidad para realizar una obra que hacía mucho tiempo quería hacer en mi corazón. Estaba enseñándome una vez más lo que significa ser un adorador quebrantado. Cuando pasaron las siete semanas y mi brazo estaba mejor, noté cuánto había usado Dios ese tiempo para bendecirme con su amorosa disciplina. Como escribió François Fenelon, un cristiano francés del siglo XVIII: "Todas nuestras caídas son provechosas si nos despojan de una desastrosa confianza en nosotros mismos, y no nos quitan la fe humilde y redentora que tenemos en Dios".
Dios nos quebranta de diferentes maneras: a través de las situaciones que nos rodean, por el resplandor de su gloria o simplemente hablándonos cuando nos encontramos en una circunstancia en la que sentimos que lo hemos arruinado todo. Pero Él jamás nos deja en ese lugar por mucho tiempo. "Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría" (Salmos 30:5). Habitualmente, cuando Dios pone sobre nuestras vidas su mano de disciplina, a esta le sigue rápidamente su mano de ternura. En Isaías 40, el pueblo de Dios pudo comprobar esta verdad. Después de una serie de duras reprimendas sobre el final del capítulo 39, viene una dulce y refrescante palabra: "Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados" (Isaías 40:1-2). A veces, sin embargo, se nos deja caminar con una especie de "renguera". Nos desplazamos dentro de una nueva temporada, aunque Dios deja un recordatorio de la obra que Él ha hecho en nosotros. El apóstol Pablo estaba caminando con una "renguera" o –como él la describía– "un aguijón en mi carne", que suplicaba le fuera quitado (2 Corintios 12:7). Pero Dios dejó en claro que este era un recordatorio de su debilidad, y pronto Pablo mismo comenzó a verlo como aquello que lo guardaba de enorgullecerse (2 Corintios 12:8-9).
Ocasionalmente, mi tendinitis reaparece y, de hecho, me duele bastante hoy mientras escribo esto. Los doctores han dicho que siempre seré propenso a esto. Quizás un día quede completamente sano –realmente lo espero– pero por ahora cada vez que me molesta, recuerdo todo lo que Dios me habló en aquella situación. Esta es una invitación a volver a arrodillarme y permanecer como un adorador quebrantado.
Tomado del libro: El Adorador Insaciable, Matt Redman. Editorial Peniel

No hay comentarios:

Publicar un comentario