¿Cuantas veces nos hemos guardado en nuestro interior rabias y reacciones hacia otras personas por situaciones que justificadas o injustificadas producen en nuestro interior situaciones de rechazo y resentimiento?, ¿O cuando acciones que consideramos injustas para con nosotros nos afectan y nadie parece estar de nuestra parte, nos llevan a sumirnos en estados de dolor al sentimos solos e incomprendidos?
Nuestra vida como cristianos no está en absoluto exenta del control que las emociones ejercen sobre nosotros y que lamentablemente, muchas veces, solo nos percatamos cuando nos encontramos en medio de una reacción que afecta negativamente nuestro testimonio y que no sabemos como manejar.
Ahora como superamos estas situaciones si no podemos evitar que afecten nuestro estado de ánimo, si es difícil para el cristiano maduro, mucho más para el que recién se está iniciando al igual también para el nominal que solo se mantiene con cultos dominicales. Ello porque muchas veces hieren profundamente nuestro orgullo y afectan la perspectiva que tenemos de la situación, donde muchas veces nos parece injusto lo que para todos los demás es normal. Aún si fuera como pensamos, no debemos dejar que esto amenace nuestra paz, porque, por lo demás es parte de las pruebas que debemos superar en nuestra carrera como hijos de Dios.
Pero Dios que está consciente de que este tipo de problemas nos afectan y que además, sabe que somos permeables al control que todo tipo de emociones, nos entrega el secreto para manejarlas y contrarrestarlas cuando estas amenazan con controlar nuestras vidas.
Podemos sufrir las consecuencias de nuestras emociones en nuestra vida, como un dictador implacable o como un objeto de desdén y reproche en nuestras vidas. Pero sea cual sea el nivel en el cual nos afecte el resultado va a ser siempre el mismo: El conflicto
Las emociones probablemente son la parte más difamada e incomprendida de nuestra vida como cristianos, particularmente para gente que viene de trasfondos profundos de incomprensión y falta de cariño, que han sufrido algún tipo de discriminación o maltrato, o que han debido soportar la carencia de la figura del padre y les es difícil comprender del amor de Dios. Cuando venimos a Cristo, se nos recalca que debemos vivir nuestras vidas "por fe y no por los sentimientos". Nos damos cuenta que nuestro comportamiento pecaminoso necesita cambiar y nuestra mente debe ser renovada, pero ¿Qué se supone que debemos hacer con nuestros sentimientos? Las emociones son algo que todos tenemos en común, pero pocos realmente sabemos cómo manejarlos. Para muchos, son una fuente de vergüenza y aflicción. Leemos en
Dos extremos
Hay dos extremos en la forma en que manejamos mal nuestros sentimientos: el dejarnos manejar totalmente por nuestras emociones, permitiéndoles que dicten nuestras acciones; o por el contrario tratar de vivir los días como si nuestros sentimientos no existieran.
Ejemplos del primer enfoque son fáciles de señalar: "Me siento tan confortable con mis amigos, incluso mejor que con otros cristianos", así que con ellos es con quien paso la mayor parte del tiempo. O bien, "me siento fuera de lugar en esta congregación", así que evito hacer un compromiso mayor. Estos son algunos ejemplos obvios de cómo vivimos por nuestros sentimientos. Otros son más sutiles, como cuando llegamos a casa después de un mal día, azotando puertas y refunfuñando con la gente. O cuando nos cambiamos de iglesia o a un departamento de esta diferente, para evitar ver al amigo que nos ofendió la semana pasada. Estos son incidentes en los que permitimos que nuestras emociones sean las que tomen la decisión que conducen nuestras acciones. El dejarse conducir por emociones es más común de lo que pensamos entre los cristianos, incluso aquellos que son más maduros caen dentro de algunos de las formas más sutiles de esta práctica.
En el otro extremo se encuentran aquellos que le han declarado la guerra a sus emociones, tratando de vivir como si los sentimientos no influenciaran sus vidas en lo absoluto. Esto se aplica a todos nosotros en alguna ocasión. Por ejemplo, un amigo nos desilusiona y somos profundamente heridos, pero "apiñamos" nuestros sentimientos de dolor e ira bajo nosotros mismos. Continuamos viendo a nuestro amigo, pero surge una muralla de resentimiento que nos impide una cercanía real. Otra situación es cuando sentimos atracción sexual por un hermano cristiano o una hermana pero nos negamos a admitirlo con nosotros mismos o con Dios. Incluso mientras estemos negándonos a encararla, nuestras expectativas tácitas ponen una tirantez en nuestra relación con esa persona y un vago sentido de culpabilidad nos separa de Dios. Luego está la ocasión cuando un compañero de trabajo o miembro de la iglesia es honrado por un logro. Aunque sonreímos y le felicitamos, por dentro estamos demasiado resentidos para admitir que por dentro estamos hirviendo de dolor y envidia. Debido a nuestra confusión sobre lo que se espera de nosotros como cristianos, podemos responder con orgullo en nuestra afán de sofocar nuestras emociones. Pero en realidad, estamos cultivando una forma de deshonestidad. Aquellos que ni siquiera soñamos en ser deshonestos en la mayoría de las áreas, podemos estar mintiendo sobre nuestros sentimientos, a nosotros mismos a Dios y a los demás. Aquellos que se dan palmaditas en la espalda por tener un gran control emocional, sin darse cuenta están siendo controlados por sus sentimientos tanto o más que aquellos que son más evidentes. Sufren de dolores de cabeza por tensión, malestares estomacales y finalmente crisis nerviosas.
Encontrando el balance
Ahora que hemos visto algunas de las formas no productivas en que manejamos los sentimientos, ¿qué podemos hacer con respecto al cambio? Es fácil para alguien decirnos que nuestras emociones necesitan estar "bajo el control del Espíritu Santo", ¿pero qué es lo que eso significa realmente?
Primero, podemos empezar tomando una perspectiva más balanceada. Nuestras emociones no deben conducirnos a guiarnos solo instintivamente. Ni tampoco debemos cometer el error de tratar de sofocarlas y ahogarlas. Dios creó nuestras emociones así como nuestras mentes y cuerpos físicos. Vamos a glorificarlo y a disfrutar con Él con cada parte de nuestro ser, incluyendo nuestros sentimientos. Incluso los sentimientos que calificamos como "negativos" o "fuera de la voluntad de Dios" no deben ser totalmente rechazados o ignorados. Nuestra naturaleza emocional puede llegar a ser íntegra cuando aceptamos y comprendemos nuestros sentimientos, tratando con ellos en una forma sana. ¿Así que por dónde comenzamos?
- Aprende a estar consciente de tus sentimientos. Este primer paso puede ser el más duro. Cuando nos vemos tentados a actuar de acuerdo a un impulso de negar nuestros sentimientos, necesitamos detenernos y mantenernos en contacto con lo que está ocurriendo en nuestro interior. Reconocer nuestros sentimientos y encararlos nos ayuda a romper con su control. Puede requerir práctica aprender a llamar nuestros sentimientos por nombre. La gente que acostumbra "atracarse" de comida debe comenzar tomando nota de síntomas físicos, tales como malestar estomacal, el cual puede ser comparable a una emoción correspondiente de ira o de temor. Una vez que hemos localizado nuestros sentimientos y los admitimos, podemos comenzar a trabajar con ellos.
- Expresa tus sentimientos a Dios. Dios ya conoce nuestros sentimientos, pero es crucial que aprendemos cómo abrirle nuestro corazón a Él. Le podemos decir cada detalle de lo que estamos experimentando, incluyendo la forma en que nos sentimos hacia Él en medio de esto. Si sentimos que esto es tonto o innecesario, podemos leer algunos Salmos, los cuales están llenos de clamores al Señor. David permitió que Dios entrara en sus iras y temores, dolores y alegrías. Mientras disponemos nuestros sentimientos delante del Señor, nos acercamos a Él, permitiéndole que Él se acerque a nosotros y nos de consuelo y aliento. Mientras abrimos nuestros corazones a Él, el Espíritu Santo puede venir y darnos revelación en nuestra situación. Él puede usar las emociones para revelar heridas que necesitan sanidad o pecado del cual necesitamos arrepentirnos.
- Comienza a compartir tus sentimientos con otros. La honestidad emocional comienza con nosotros mismos, luego con Dios y finalmente con otras personas. Abrirnos con otros puede atemorizarnos grandemente al principio. Tenemos temor de ser rechazados por nuestros mal llamados sentimientos negativos de ira, celos, o avidez, o incluso por sentimientos positivos de ternura o bondad. El abrirnos requiere sensibilidad a la guianza del Espíritu Santo de hacia quién nos vamos a abrir, que tanto compartir y cuando compartirlo. Si vamos a evitar a Dios y a compartir solamente con gente, podremos estar cargando a otros con aquello que solamente Dios puede sostener. Pero la mayoría de nosotros podría tolerar el llegar a ser mucho más abierto. Necesitamos aventurarnos audazmente al permitir que otros conozcan lo que ocurre en nuestro interior. Mientras llegamos a ser sinceros con aquellos hacia quienes Dios nos conduce, el Espíritu Santo puede ministrarnos a través de aquellos con quienes compartimos, trayendo amor, aceptación, sabiduría o lo que sea que necesitemos. Esta honestidad nos limpia, nos sana y nos lleva a relaciones más íntimas con otros. Aquellos sentimientos que parecen tan oscuros y controladores cuando los mantenemos ocultos, comienzan a perder su poder cuando los traemos a la luz.
Recuerda, cambiar toma tiempo. Si hemos pasado toda una vida desarrollando patrones equivocados de cubrimiento, necesitamos permitirnos tiempo para aprender nuevas formas. Esto es algo que tampoco Dios quiso que hiciéramos por nosotros mismos. Si lo invitamos a Él a tomar control del área emocional de nuestras vidas, Él será fiel para cambiarnos en Su forma y en Su tiempo. El proceso de cambio de manejar las cosas de nuestra manera a la manera de Dios puede ser sumamente difícil de establecer, pero no tan doloroso como continuar en un patrón destructivo.
Si abrimos esta área de nuestras vidas al Señor y le damos total permiso de enseñarnos nuevas formas de comprender y tratar con nuestros sentimientos, cambiaremos. Comenzaremos a conocernos a nosotros mismos, a Dios y a otros en las formas más profundas que nunca imaginamos posibles. Seremos capaces de manejar nuestras emociones con estabilidad y confianza.
Copyright © 1981 por Lori Rentzel
Reproducido con permiso
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